Debes haber visto cómo es que hay personas más abezadas que tú: suelen practicar un deporte extremo que tú nunca harías, le hablan a cualquier extraño o extraña en el bar con total facilidad o te acabas de enterar que la próxima semana practicará paracaidismo. ¿Me creerías que todo esto lo podrías lograr duchándote con agua fría? Sigue leyendo y entenderás a qué me refiero.
Hace casi 8 años que practico Skateboarding (si estás leyendo esto en el 2020) y desde que empecé, siempre me ha gustado tomar nuevos retos que desafíen mis miedos y algunas veces solía ser el que más riesgos tomaba en mi grupo de amigos. Salíamos los sábados por las mañanas a patinar y para el final del día, ya me había lanzado a una escalera de más de 7 gradas en algún truco o había volado sobre un muro que era más alto que yo.
Al momento de llegar al spot, me paraba sobre el borde para calcular la velocidad a la que debía ir y la fuerza con la que debía darle el truco. Tenía esa sensación de miedo, de que algo malo podría pasarme, que quizá si no saltaba con la fuerza suficiente, caería mal y me partiría un hueso.
Sin embargo, eran tantas las veces que me obligaba a vencer ese miedo, que cada vez se hacía más fácil lanzarme sobre muros y barandas. Todo se hacía algo normal, como si fuera algo con lo que nací.
Yo encima de una rampa de un skatepark de Lima en el año 2011. La rampa era dos cabezas más grande.
El Flinch
El Flinch es esa sensación que tienes al momento de intentar hacer algo que te resulta muy incómodo o que nos pone en una situación de peligro. Nos aparecen obstáculos mentales para no hacer una acción frente a eso que está pasando o está por pasar.
¿Todavía no lo tienes claro?
Ok. Es hora de tomar una ducha. Ve al baño. Apaga la terma o el sistema de calefacción que utilices. Gira la manija y deja que el agua fría empiece a caer. Acércate. Toca el agua con tu mano. Quizá empieces a reirte para que puedas liberar la tensión. Ahí es cuando empiezas a sentir el flinch. Todavía no ha ocurrido nada, no te has empapado de agua pero sientes ese miedo raro, ese temor, esa angustia extraña. Tu cerebro te dice que no lo hagas: es una idea tonta, una idea estúpida.
Tienes todas estas sensaciones por algo que todavía no ocurre, que no te va a matar, por algo que en realidad, no duele ni te causa daño. Esto es el flinch.
Entonces… go for it! Entra a la ducha. El agua fría empezará a cubrirte y tu gritarás, cantarás y te reirás, pero ese momento de incomodidad durará solo un segundo. Te vas a acostumbrar al frío.
Un segundo antes de que enfrentes al Flinch, te tratarás de convencer de que esto no sirve, que lo que intentas es estúpido, pero no lo es. Estás entrenando. Estás construyendo un hábito de desafiar al Flinch y seguir para adelante. Esto provoca un cambio en tu vida. Entrenas para tomar nuevos retos, saliendo de tu zona de confort.
Tienes todas estas sensaciones por algo que todavía no ocurre, que no te va a matar, por algo que en realidad, no duele ni te causa daño. Esto es el flinch.
Este es el ejemplo más conocido escrito por Julien Smith en su libro The Flinch.
Llevándolo a la práctica
El darse duchas con agua fría es, en mi opinión, el ejemplo más fácil y rápido de aplicar. A todos nos gusta bañarnos con agua tibia o caliente incluso en verano, pero nunca con agua realmente fría, tal como sale del lavamanos.
Forzándonos a hacer algo como esto, nos convencemos para tomar más riesgos, a ser más atrevidos (en el buen uso que se le de a esta palabra), a salir de nuestra zona de confort y a aceptar retos que creemos que no somos capaces de afrontar.
Verás como tú mismo empiezas a cambiar. Te da menos temor hacer cosas que antes ni pensabas por poco hacerlas.
Cada vez que quiero hacer algo nuevo o voy a hablar en público, tomo una ducha con agua fría para vencer al Flinch. Inténtalo y verás el cambio 😉.