Historia originalmente publicada el 22 de agosto del 2021.

No sabía si era lo suficientemente tarde como para pedir un taxi o lo suficientemente temprano para optar por el Metropolitano que viaja por una vía de uso exclusivo. La noche anterior me la había pasado viendo vídeos por Internet acerca de cómo lograr despertarme temprano y con energía, el problema estaba en que una recomendación era dormir al menos siete horas. Era la una de la mañana y yo debía despertarme apenas empezara a amanecer.

—¿No debes estar temprano mañana en la clínica? —preguntó mi hermano al verme tumbado en el sillón cómodamente como si mi preocupación por perder la cita médica fuese nula.

—Creo que puedo despertarme temprano. Mi motivo real para hacerlo, es justamente no perder la cita. —repliqué haciendo énfasis en la última oración, aludiendo una recomendación que obtuve del vídeo que veía en YouTube.

—Toda la última semana te has estado despertando y levantando super tarde. Ojalá no sea así esta vez.

Mi hermano tenía razón. Había sido una semana pesada y normalmente mis días concluían conmigo durmiendo en el sillón y despertándome a media noche con destino a mi cuarto para descansar finalmente del largo y grávido día.

La alarma sonó 5:30 de la mañana. Para mi suerte, al despertar de golpe por el terrible sonido que le había puesto a la alerta, vi un vaso con agua en mi velador el cual no dudé en terminarlo para así comprobar si daba resultado uno de los consejos que había recibido de un videoblog horas antes.

Me duché y puse ropa cómoda. Preparé un v60, un par de huevos revueltos y un buen pan con mermelada. Desayuné rápido, me lavé y en cuanto terminé toda la ceremonia matutina, miré el reloj y me invadió la duda de qué opción sería la mejor: tomar un taxi o ir en transporte público.

Salí rumbo a la estación más cercana del Metropolitano la cual estaba a menos de 10 minutos caminando. De pronto llegué a la estación caí en cuenta que no llevaba el protector facial que ahora es mandatorio utilizar. “Esto me pasa por salir apurado, qué tonto”, mascullé.

Regresé a mi casa con prisa. Cogí el protector que, por fortuna, estaba a penas a un metro de la puerta, y partí hacia la estación.

En medio del camino, mi celular empezó a sonar. Era la llamada de un número que no estaba en mi lista de contactos.

—Aló, ¿buenos días?

—Hola, buenos días, ¿Señor Jose? Soy Eduardo, de Taxis Por Doquier. Usted pidió una carrera para hoy a las seis y media de la mañana. Estoy afuera de su domicilio.

“Demonios. Demonios.” barboteé en mi cabeza. Había olvidado que pedí un taxi por teléfono la noche anterior.

—Sí, claro. ¿Usted cree que me pueda esperar unos cinco minutos? Mi mascota acaba de ensuciar el tapiz de la sala y no puedo dejarlo así. —contesté cuestionándome al mismo tiempo si justificaría con tanto detalle la tardanza en caso que de verdad mi gato me haya dejado un regalo fecal esa mañana.

Apuré el paso de retorno a mi casa. En el trayecto crucé una pista imprudentemente, saludé a una vecina que había salido a comprar su desayuno (lo supuse porque llevaba una bolsa de pan consigo) y finalmente doblé la última esquina para entrar a mi calle.

Vi el auto y al taxista con la cabeza gacha, parecía que revisaba su celular.

Se supone que estaba en mi sala limpiando la mierda de mi gato y el taxista me verá llegar de un punto totalmente distinto a la puerta de mi casa, pensé calamitosamente mientras me acercaba.

Buenos días, señor, disculpe la demora. Sí, no se preocupe ¿Todo bien? Sí, todo bien. Solo un pequeño percance.

El taxista arrancó con algo de paciencia. Eso, por supuesto, me inquietaba pues no quería perder mi cita médica y tampoco tener que reagendarla para la próxima semana en el mismo horario.

Sonaba una canción de The Killers. Pensé que a pesar de todo el ajetreo anterior, Mr. Brightside era un indicador de que el día iba a ser bueno, que los aspectos negativos o imprevistos que la vida nos pone por delante, son experiencias adrede destinadas a tratar de aplastarnos y convertirnos en mejores seres. Sí, así de filósofo me volví por un segundo mientras veía a través de la ventana del auto cómo la neblina iba desapareciendo y un sol resplandeciente salía a acompañar de fondo al coro de la clásica canción de la banda de Las Vegas.

Paramos en un semáforo y el taxista preguntó con cuánto efectivo iba a pagar, si con el monto exacto o con un billete de mayor valor a los 15 soles que salía el viaje. Golpeé con el puño derecho contra mi muslo y enseguida escondí mi cara entre mis manos lentamente no pudiendo creer porqué había estado tan despistado esa mañana y la noche anterior.

—Discúlpeme. No traigo efectivo ¿Usted cree que me pueda esperar en la puerta de la clínica mientras yo retiro dinero del cajero que está en la recepción? —consulté avergonzado y molesto en tanto que buscaba mi tarjeta en la billetera.

—Sí, no hay problema.

Llegamos y brinqué de mi asiento guardando mi billetera en el bolsillo posterior del pantalón mientras le agradecía al conductor por su amabilidad y que me esperara unos minutos.

Crucé la mampara con aires de victoria y la frente en alto. Orgulloso por no haber dejado que la incertidumbre y los imprevistos me detengan de tener una mañana productiva cuando en seguida una potente voz me detuvo.

—Señor, debo medirle le temperatura primero.

—Oh, disculpe. Está bien.

—¿Tiene doble mascarilla?

Mis ojos se abrieron automáticamente, como si hubiese visto algo realmente sorprendente, un descubrimiento que me haga merecedor de un Premio Nobel. Balbuceé un poco intentando dar una respuesta positiva, cuando en realidad solo llevaba una mascarilla puesta.

—Entonces no puede entrar.

—Pero es solo para un examen rápido. Aquí en el sótano. —rogué de una manera amable e ingenua.

—¿Tiene su solicitud de examen de laboratorio?

Esa mañana había olvidado: tener efectivo, llevar puesta dos mascarillas y la solicitud que el médico me redacto para poder hacerme el examen de glucosa, que por cierto, era en ayunas.